COLECCIÓN TIEMPO PARA LA ALEGRÍA.
Título: Caos y Armonía.
Editada por: Rafael Casariego en 1976.
Obras: 12 Litografía Laxeiro.
Artista: Laxeiro.
Textos: Rodolfo Relman.
Técnica: Litografía.
Edición: 195 ejemplares + XXV.
Ejemplar: III/XXV.
La COLECCIÓN TIEMPO PARA LA ALEGRÍA se vende en su conjunto, no se venden tomos sueltos. Para comprar la colección completa haga una oferta.
Obras incluidas en este libro de grabados:
1.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
2.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
3.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
4.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
5.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
6.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
7.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
8.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
9.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
10.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
11.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
12.- Caos y armonía, Litografía, mancha 37 x 47,5 cm., soporte 37 x 47,5 cm.
José Otero Abeledo (Lalín, 1908 - Vigo, 1996), conocido como Laxeiro, fue un pintor español. Es probablemente el artista más representativo de la historia del arte del S. XX en Galicia, la tierra que tanto amó y a la que supo darle el impulso necesario para llevar a cabo la renovación intelectual y formal que precisaba tras la Guerra Civil. Nacido en la aldea pontevedresa de Lalín, José Otero Abeledo, Laxeiro, emigra a los trece años con su padre a Cuba, en donde recibe sus primeras clases de pintura. Al regreso, y tras pasar fugazmente por la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, se instala de nuevo en Lalín, donde escarba en las raíces populares de su tierra, que después lleva a sus cuadros. Expone repetidamente en diferentes ciudades gallegas y realiza diversos murales de gran interés plástico, anticipándose en sus métodos formales a la posteriormente denominada Nueva Figuración. Pinta composiciones tendentes al barroquismo escenográfico, con escenas mitológicas inspiradas en fantasías personales, antroidos imaginarios, figuras irónicas y mundos legendarios que parten de tradiciones ancestrales, aunque nunca abandona el placer de retratar sencillos personajes populares de su tierra: campesinos, gaiteros o maternidades de primitiva ternura. En 1951 se traslada a Buenos Aires, donde permanecerá casi quince años, con una vida de intensa y exitosa actividad artística. A su regreso se instala definitivamente en Vigo, ciudad en la que más tarde quedaría emplazada la colección pública permanente de este pintor de extraordinaria carga humana e indiscutible trascendencia plástica para la historia de Galicia. Cuando Laxeiro pinta esta obra tiene 84 años. No se percibe flaqueza en los trazos. Por el contrario, la fuerza y firmeza está presente en cada pincelada. Las líneas son nerviosas y rotundas. Los colores, rojo, azul y negro, se entremezclan sin estridencias. El negro predomina, envolviendo intencionadamente los otros colores. Es el negro un color al que Laxeiro ha recurrido constantemente a lo largo de toda su producción. Pocos pintores han sabido llevarlo a la categoría de color por sí mismo, como elemento de expresión y no de substracción. Es una pintura personal e inconfundible del artista gallego. La temática es, una vez más, extraída de su tierra. Pero no se trata de un retrato fiel de la realidad, no es la copia de un personaje efectivo: Laxeiro se recrea en representar un extracto del sentir gallego, simplificándolo en una figuración que en este caso adquiere forma de gaiteiro
Quizás los dibujos sean el medio de expresión más puro y noble de un buen pintor. Laxeiro se complace en la ejecución de dibujos de personajes populares que realiza con verdadera soltura y seguridad. En esta sanguina podemos ver la gracia de unos trazos nerviosos, de líneas curvas y manchas volumétricas, que dan como resultado una imagen de gran dinamismo y vivacidad. Alguna vez se ha dicho que Laxeiro se repite. No es cierto. Basta con comprender al Laxeiro interior, al hombre que nació y enraizó sólidamente en la aldea gallega. Su temática es pues el resultado de una simbiosis. Laxeiro aprovecha los recursos y se complace en ello. Los modelos extraídos del pueblo son parte de sí mismo. Laxeiro no se repite. Tal vez pinte con el alma.
Los dibujos a carboncillo de Laxeiro son como pinturas en blanco y negro, composiciones a dos colores de extraordinaria expresividad. En esta obra el autor nos representa un flautista, de forma achaparrada y enanoide, con el que quiere interpretar su manera de entender la propia existencialidad: reinventando unas figuras de aspecto deformado como si fueran un reflejo de la realidad que el siente. Al mismo tiempo, no falta en ellas la ternura y el sano sentido del humor, características constantes en su obra. El artista utiliza un lenguaje directo y comunicativo. El calor que desprende el dibujo está conseguido por el movimiento de sus trazos, realizados en tramos cortos y superponiéndose unos a otros, de manera que el resultado final es de una estimulante vibración. Laxeiro posee un dominio absoluto en el empleo del carboncillo, del que sabe aprovechar al máximo las posibilidades que ofrece, ora explotando las negras sombras, ora extrayendo luces de la espesura.
Aunque no es el argumento más frecuente en la temática de Laxeiro, lo cierto es que el autor hizo algunas incursiones en las composiciones de motivos religiosos, entre las que destacan las crucifixiones, a las que supo dotar de su personal e inconfundible sello. Ese es el caso de este bello carboncillo, impregnado con tintes de un humor saludable, de una sutil ironía entremezclada con la habitual ternura recia que late en las composiciones de este artista de intenciones siempre nobles. A Laxeiro no le gustan los perfiles, prefiere la expresividad de los rostros de frente, por eso, bajo la Cruz de Cristo, las mujeres nos miran directamente, cada una con su sentir reflejado en unos rostros de trazos elementales. Sus manos se recogen en actitud de oración, en unas formas que rozan la abstracción. Al fondo se esboza un paisaje. Uno de los logros mas loables en los dibujos de Laxeiro es su capacidad para, utilizando solamente las líneas elementales y básicas del dibujo, colmar una superficie vacía con una composición cargada de elementos en la que las figuras están, además, dotadas de gran expresividad. Plásticamente la composición esta formada por pequeñas masas compactas fuertemente perfiladas y concentradas en la mitad inferior de la obra. El artista busca que los elementos que configuran la composición mantengan la máxima superficie de contacto. Los contornos son cerrados, tendentes a las formas circulares y agrupamientos de líneas curvilíneas. Todo ello da como resultado un dibujo de gran fuerza y rotundidad, con una importante carga de expresión y belleza.
Pocas veces una pintura se identifica tan bien con su autor como las maternidades de Laxeiro, fiel reflejo de él mismo, de una personal combinación entre firmeza y ternura, entre ingenuidad y conciencia. A Laxeiro le gusta jugar con la técnica oleosa. Mientras que unas veces sus cuadros están repletos de carga pictórica, otras, como en esta maternidad, el autor logra transmitirlo todo utilizando la mínima cantidad de materia. Las líneas son las elementales, los colores han sido reducidos a unas cuantas tierras y la capa pictórica ha sido adelgazada casi hasta la transparencia. Todo ello, contrariamente a lo que pudiera parecer lógico, hace aumentar la fuerza expresiva de las figuras, concentradas en el color negro, que se ha utilizado tanto para los gruesos contornos como para un sombreado directo y pétreo. El dibujo se ha configurado con unos trazos de formas siempre curvas que modelan unos volúmenes contundentes, rostros redondeados de aspecto rústico y mirada firme e inocente, donde no hay lugar para la afectación. Parece como si Laxeiro quisiera hacer la radiografía del alma de una madre, tal vez la suya propia.
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